PONCIA

Tengo que pensar en la edad de su hija Elena, que ya ha cumplido los 36, para recordar cuánto hace que nos conocemos. Más de treinta años de amistad inquebrantable, muchas vivencias, cantidad de risas y unas cuantas lágrimas de las que hemos salido fortalecidas.

Tengo especial debilidad por ella. A la Lolita que muchos han empezado a descubrir en los últimos tiempos, la disfruto yo desde mis primeros años en Madrid. Si se pudiese renombrar la lealtad, sin duda ahora tendría su nombre. Fiel a sus orígenes, sus principios, su historia, su familia, su gente. Los años han embellecido su madurez y el amor por los suyos le ha contagiado una serenidad, que absorbe cada instante de esta segunda vida, que ha empezado a disfrutar después de pasar páginas que ya son recuerdo.

Es dueña de un espíritu inquieto, noble y leal. Amiga fiel en los buenos y malos momentos, ha pasado por etapas en las que era ella, tan dada a dar cariño, la que necesitó una dosis de mimos para recuperarse de algunos episodios de dureza incomprensible e injusta. Orgullosa como madre y plena como mujer, Lolita camina en los 66 con la luz de la felicidad como compañera de viaje.

Mujer valiente, con carácter, fuerte en apariencia y muy vulnerable por dentro. Sufre mucho en silencio y eso hace que nos entendamos aún mucho mejor. Entre esa gente que, a lo largo de los años, me ha dado felicidad, cariño y me ha hecho un sitio en su mundo, está ella. «Hay momentos en los que quiero y necesito hacer balance», me suele decir. Y los hace constantemente. La Lolita de hoy es la misma de los veinte, pero con más arrugas, con más responsabilidades y que ya disfruta del ansiado deseo de ser abuela. «Ahora soy una mujer más tranquila, sin esa preocupación de querer llegar, de querer ser. Soy una mujer más serena, mis sueños de adolescente se han cumplido en su mayoría. Ahora tengo otros: los de hacer una buena película, que me llegue una buena serie, ver crecer a mis hijos, a mis nietos, tener una casa en la playa, envejecer al lado  de la gente que me quiere, que mis discos funcionen. Tengo aún muchas ilusiones, pero distintas a las de antes».

Mujer de gran talento, Lolita ha tenido que demostrar mucho más que otros con menos méritos. Se tuvo que ir la gran Lola para que la gente se diera cuenta que la mayor de los Flores tenía una voz única, diferente, personal. Como la vida a veces es justa, desde hace tiempo está recogiendo todo lo sembrado. La interpretación de La Colometa en «La plaza del diamante» fue un regalo para ella y para quienes la aplaudían por esos teatros que tanto ama. Te hace reír, llorar, emocionarte, enternecerte, apiadarte pero, sobre todo, te hace admirar aún más a alguien a quien la adversidad no ha dejado de «echarle pulsos». Hoy, con Poncia, continúa victoriosa y sonríe abiertamente a lo que la vida le ha dado.

Pocas cosas igualan en alegría a la sensación que me produce el éxito de mis amigos o de la gente que aprecio de verdad. Lo que en unos puede generar envidia, yo lo transformo en absoluta admiración por el hecho de que consigan lo que otros soñamos y, tal vez, nunca lleguemos a saborear.

Me decía el cantante Pablo López, en una entrevista, que en su casa nunca supo lo que era la envidia porque siempre tuvo, simplemente, lo que tenía que tener. Ni más ni menos. Y eso le hacía sentirse multimillonario. A la Lolita de hoy le pasa lo mismo. Disfruta de muchas más cosas, ganadas a base de esfuerzo, lucha, constancia y talento, pero sin perder nunca la referencia de sus raíces. Esas mismas a las que nunca ha dado la espalda.

La conocí, como cabe suponer, gracias a una entrevista y nos fuimos haciendo amigas con el tiempo. La nuestra es de ese tipo de amistad que no necesita estar todo el día al teléfono o escribiendo en el whatsApp. Sabemos que estamos siempre ahí, a todas horas, todos los días del año, uno tras otro… y ya van más de tres décadas.

Hemos compartido muy buenas confidencias, momentos importantes que están ya anclados en nuestra mente de por vida. He visto cómo se casaba, nacían sus hijos y se volvía a casar. Entre medias, algunos viajes inolvidables, con muchas risas y gratas compañías, y momentos difíciles en los que necesitamos tirar de nuestro afecto para salir adelante. Nos queremos una barbaridad y ambas lo sabemos.

Su camino al éxito y el reconocimiento no ha estado plagado de esas flores que adornan su apellido materno. Ha tenido que luchar mucho para que dejaran de considerarla “un volante más en la bata de cola de su madre”. Con un Goya en su vitrina, conseguido en el año 2003, recuerdo como si fuera hoy ese día en el que fuimos a elegir su vestido para esa gran noche, donde era candidata a Mejor actriz relevación por ‘Rencor’. “No me lo van a dar”, me dijo, “pero tengo que ir mona”. Y se lo dieron, cuando ya había pasado la barrera de los 40, e iba muy mona. Después vinieron unos años de sorprendente silencio, que supo vencer a base de tesón, perseverancia y mucha fe en sí misma. Hoy llena teatros y es imprescindible con sus anécdotas, conocimientos y sentido del humor en el programa de televisión que le ha dado vidilla. Por todo y por mucho más, sin darse cuenta está coleccionando homenajes en vida....

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.