NO SÉ QUIÉN SOY

Muchas veces, tal vez sin ser muy conscientes de lo cruel que resulta, bromeamos con la idea de padecer Alzheimer cuando se nos empiezan a olvidar algunas cosas, no recordamos el nombre de alguien, confundimos una cara o bailamos los números de los teléfonos. Perder la memoria es algo que nos asusta y atenaza. Sin embargo, recurrimos a esa sensación cuando nos reímos de unas puntuales “lagunas mentales”. La falta de retentiva y los recurrentes olvidos son el mayor fantasma al que puede enfrentarse la gente que necesita la acción de memorizar como instrumento fundamental de su trabajo y de su vida. Los estudiantes no son nadie si no consiguen retener los conocimientos y los actores tienen, en su cabeza, la pieza fundamental para el desarrollo de su talento.

Esta semana conocimos que Bruce Willis, ya alejado de los platos de rodaje desde hace tiempo, padece demencia frontotemporal. Su propia familia fue la que hizo público el anuncio en una cuenta de sus redes sociales. «Es un alivio tener finalmente un diagnóstico claro», expresaron. «Hoy no existen tratamientos para la enfermedad, una realidad que esperamos pueda cambiar en los próximos años», concluyeron. Y me vino a la cabeza, en ese momento, el alejamiento de otro actor igual de grande que, según los buenos mentideros de Hollywood, ya no recuerda ni quién es. Jack Nicholson, ese maravilloso loco de sonrisa diabólica, ve pasar los días, desde hace tiempo, sin acertar saber cómo se llama, ni a lo que se ha dedicado, ni lo mucho que ha representado en una profesión en la que ya forma parte de la historia.

 Fue a mediados de 2013 cuando empezaron a circular algunos rumores sobre su estado de salud. Dejó de asistir a aquellas fiestas que le encantaban y nadie acertaba a justificar esas reiteradas ausencias a eventos y reuniones, en los que era el centro de las bromas y locuras. Asiduos a esos saraos de Hollywood llegaron a comentar que el actor, en sus últimas apariciones escasas y puntuales, ya no era el mismo, que se le notaba ausente y con una vitalidad muy mermada. No lo achacaban a la edad (85 años en la actualidad), pero nadie se atrevía tampoco a verbalizar el nombre del motivo de su cambio, repentino a ojos de la mayoría, pero extenso en el tiempo a juicio de su círculo más cercano.

La última vez que se le vio en un acto público fue en una exposición de los Rollings Stones a finales de ese año. Allí se encontró con su amigo Mick Jagger, pero algunos presentes se dieron cuenta que, a lo largo de la conversación, Nicholson apenas recordaba detalles concretos de las noches de juergas y excesos que habían protagonizado juntos. En esos días tenía que firmar el contrato de una nueva comedia, pero rehusó hacerlo porque ya le costaba aprenderse los diálogos. Él, que siempre fue famoso entre sus compañeros por ser el dueño de una memoria prodigiosa que ni sus porros habían conseguido enturbiar nunca, ya no retenía con sentido más allá que un número limitado de palabras. A partir de ese momento, el actor empezó a recluirse en su casa de Mulholland Drive, una de las zonas más elitistas de Los Angeles, donde sigue viendo pasar los días sin saber quién es, sin recordar su nombre.

Atrás queda un pasado lleno de excesos, juergas, romances, desmadres y mucho talento. Actor, productor, guionista y director de cine. Doce veces nominado a los Oscar y ganador de tres estatuillas, siete Globos de oro, tres Bafta y cientos premios más, que hoy lucen en las estanterías de su casa californiana, donde se consume uno de los locos más insignes de la pantalla. Se ha ido del cine sin hacer ruido, en silencio, sin saber ya quién es.

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