Tiene un curriculum del que pocos cineastas pueden presumir. Cuatro veces candidata al Óscar, obteniendo uno por «Vicky Cristina Barcelona», un César de honor francés, Trece nominaciones a los Goyas logrando tres de ellos, un Bafta británico, el Donostia de San Sebastián, un David de Donatello, premio de interpretación en Cannes por «Volver», la Copa Volpi en Venecia, siendo la única española en conseguirlo, y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Hace unas horas acaban de entregarle el Premio Nacional de Cinematografía 2022, concedido hace unos meses, con lo que se pone fin a una inexplicable ausencia de este galardón en sus vitrinas del reconocimiento.
Penélope Cruz llegó al Festival de San Sebastián para presentar, como hizo en Venecia, ««En los márgenes«, la película que significa el debut como director de Juan Diego Botto. Y, en la ciudad que estos días es el centro de cine internacional, recibió ese reconocimiento por toda una carrera de esfuerzos, talento y éxito.



Me la imagino muy nerviosa antes del acto, como lo estuvo en los momentos previos a la ceremonia de los Globos de Oro, en la que, una vez más, estaba nominada por su trabajo. La recreación de Donatella Versace, que hizo en la mini serie sobre el asesinato del ya mítico diseñador italiano, le reportó muchas satisfacciones. No en vano, su interpretación de la hermana del modisto caló hondamente en la crítica y audiencia internacionales.
Los que me conocen bien saben la defensa que siempre hago de Penélope. Procuro poner en práctica eso de “hablar de la feria según te va en ella”. Y conmigo ella siempre ha sido correcta, profesional, respetuosa, dialogante y encantadora. En función de ese comportamiento va siempre mi comentario.
La clave de nuestra sintonía siempre ha estado en respetar aquellas facetas de su vida que siempre ha querido preservar de la curiosidad pública. Al hacerlo así, sin pretenderlo, me he encontrado con titulares que ella misma me regaló con total naturalidad. En eso siempre ha sido bastante coherente aunque, en algunas etapas pasadas, llegase a mostrarse más proclive a hacer algunas concesiones que luego ha evitado. El famoso no lo es las veinticuatro horas del día. Eso es algo que siempre he defendido, aunque sé que hacerlo es algo muy impopular en mi profesión.



Nada ha cambiado a esta ‘chica de Alcobendas’, que hace ya unos cuantos años cruzó el charco con ganas de ‘comerse el mundo’. De cerca es luminosa y segura, pero también hermética y escurridiza, cuando queremos saber más de la cuenta. Con el tiempo, ha sabido convertirse en una experta en capear las tormentas mediáticas. Conocedora de las críticas que, cada cierto tiempo tiene que leer o escuchar, ha conseguido que la polémica no altere esa tranquilidad emocional en la que se encuentra tan a gusto.
Mientras todo eso ocurre, los directores codiciados se la siguen disputando por su talento y los actores más solicitados ya saben lo que es tenerla ‘dándoles la réplica’. Ha logrado, en el cine internacional, lo que nunca una española consiguió. No se considera una estrella, aunque está en la cumbre, y no se arrepiente de haber puesto ‘tierra por medio’, hace unos años, para explorar nuevos horizontes.
Con su cara de ángel y madera de estrella, Penélope Cruz se ha convertido en una de nuestras mejores embajadoras. Ha perdido la cuenta de las portadas que ha ocupado, del número de marquesinas con su rostro que invaden las avenidas exclusivas y selectas de las ciudades más importantes del mundo, de los elogios que avalan su trabajo e, incluso, de los momentos estelares que ha vivido como protagonista indiscutible.



Durante mucho tiempo, en nuestro país le negaron ‘el pan y la sal’, algo que parece que va perdiendo fuerza ante unas evidencias que todos reconocen. Tal vez por ello, la concesión del Premio Nacional de Cinematografía, que acaba de recoger, ha sido aplaudido por todos. La donación del premio la ha destinado a la Asociación de los afectados por la hipoteca, a la Unidad de lucha contra el cáncer del Hospital La Paz y al Fondo Asistencial, creado por Pilar Bardem para ayudar a compañeros de profesión necesitados. No se ha oído ninguna voz discrepante que no reconociese ese mérito. Va a ser verdad que el refranero tiene razón y ‘nunca es tarde cuando la dicha es buena’…